¿Por qué mi hijo no me hace caso?
Ya sea mentalmente, o bien en voz alta, seguro que hemos realizado esta pregunta alguna vez: “¿Por qué mi hijo no me hace caso?“.
Todo lo que hacemos por ellos, se basa en conseguir su bienestar, en hacer que sean personas con futuro en la sociedad y, sobre todo, que sean felices. Sin embargo, en un porcentaje altísimo de casos, lo que hacemos y decimos, parece que cae en “oídos sordos” y que jamás siguen nuestras indicaciones.
Es desesperante ¿verdad? No queremos nada malo para ellos y, con su comportamiento, da la impresión de que llevarnos la contraria, forma parte de un proceso de diversión.
Cuando decimos que nuestros hijos no nos obedecen, realmente estamos diciendo que NO acatan nuestras normas y directrices, que no están haciendo lo que nosotros queremos que hagan… Y ahora yo pregunto:
“¿Qué haríamos nosotros, personas adultas, si quisieran imponernos normas y directrices con las que no estamos de acuerdo o no entendemos?
Sí… esta es otra forma de ver la situación.
Tenemos la tendencia a tachar a nuestros hijos de “rebeldes” (sin causa o con ella), e incluso, me he encontrado con padres que hablan de hijos “imposibles“, ya que ellos han hecho todo lo necesario para conseguir que los escuchen.
No dudo de los esfuerzos realizados, lo que yo desconozco en estos casos, es de la validez del sistema usado para conseguirlo.
Con estas dudas que planteo en voz alta, no pretendo que los padres asuman la culpa de lo que ocurre con sus hijos. Es muy común en ciertos tipos de instituciones, cuando se encuentran con hijos problemáticos o rebeldes, el hablar del fracaso de los padres como educadores. Obviando que estas sentencias, dichas alegremente, pues casi nunca se tiene toda la información, están fuera de lugar, yo vuelvo a lanzar otra pregunta:
¿Quién ha enseñado a los padres a educar?
Estamos en una sociedad, donde se le da más importancia a saber hacer integrales y derivadas, que al desarrollo de la persona. El estudio de las emociones y de la evolución del pensamiento, deberían ser asignaturas obligadas en nuestro sistema escolar. A veces, creo que hay alguien a quien no le interesa que la sociedad aprenda a pensar…
Como desde aquí no vamos a poder cambiar nada, vamos a analizar algunos comportamientos de los padres, que motivan que preguntemos en voz alta : ¿Por qué mi hijo no me hace caso?
- Nuestras palabras resultan confusas o con diferentes interpretaciones
Sería interesante escoger las palabras adecuadas y coherentes, y no realizar peticiones contradictorias; también es bueno, no pedirles que hagan cosas que nosotros no hacemos, ya que se van a dar cuenta enseguida, aunque no digan nada. Nosotros somos su modelo de comportamiento, y debemos conseguir que nos vean de esa forma.
- No nos damos cuenta de la edad real de nuestros hijos, o de su nivel de conocimiento
Es muy importante adaptar nuestras acciones y forma de hablar, a la etapa en la que se encuentren nuestros hijos. Hay que intentar no pedirles nunca, nada que esté por encima de sus capacidades.
- Hemos perdido la autoridad o el respeto que deberíamos tener
Si cuando son pequeños, evitamos expresiones como: “porque lo digo yo” o “cuando seas padre comerás huevos“, ayudaremos a evitar que cuestionen nuestros razonamientos cuando entren en la adolescencia.
- Usamos la palabra “NO” más veces de las necesarias
No hagas esto, no te subas ahí, no grites, no cojas eso…etc. El espíritu de aventura de nuestros hijos, está siendo frustrado constantemente y muchas veces, por nuestros propios miedos. Habría que valorar otra forma de transmitir nuestras peticiones.
- No hemos pasado el suficiente tiempo con ellos, al menos, tiempo de calidad
Es muy común, caer en el error de querer comprar muchos juguetes a nuestros hijos. Lo que realmente necesitan y quieren, es tiempo con nosotros, pero un tiempo con atención constante, no con el móvil en la mano. Eso hará que se sientan respetados y captarán que son lo más importante en nuestras vidas.
- Pensamos más en nuestra comodidad que en lo que realmente precisan nuestros hijos
Estamos cansados del trabajo y de todo lo que vivimos, pero, a pesar de ello, si nuestros hijos nos piden tiempo, no es buena idea mandarles a jugar con la videoconsola o el móvil. Si hemos tenido hijos es por algo, y ese algo, no es dejarles arrinconados cuando estamos cansados.
- Transmitimos nuestras palabras como si fueran órdenes o exigencias
Cuando se emite una orden, sólo hay dos salidas posibles para la persona que la recibe: acatarla (doblegarse) o rebelarse. Ninguno de estos dos resultados es el adecuado, pues está generando un tipo de personalidad que, en el futuro, nos va a proporcionar algún problema que otro y, probablemente, a ellos mismos en su entorno escolar o sentimental.
- Transmitimos mucha premura para que se cumplan nuestras peticiones o lanzamos muchas órdenes a la vez
“Quiero que esto la hagas ya mismo“. Aportar esa dosis de velocidad, crea aún más sensación de orden y mandato, lo cual genera aún más frustración o rebeldía. Lo mismo que ordenarle muchas cosas seguidas para hacer; eso probablemente le desconcierte y el resultado sea desastroso.
- Se nos olvida que ellos también tienen necesidades y solemos interrumpirlos
Romper su concentración o su momento de tranquilidad con órdenes, puede generar malas interpretaciones y, en consecuencia, malas reacciones. Nuestros hijos pueden tener otras necesidades como hambre, aburrimiento, cansancio… y si no somos capaces de detectarlas, el mal comportamiento está casi asegurado. Si nos pusiéramos en su lugar, probablemente entenderíamos mejor este punto.
Lo ideal, sería que nuestros hijos NO se conviertan en autómatas que obedezcan sin más.
Un niño, debe aprender a negociar de forma constructiva, y ser capaz de diferenciar entre lo correcto y lo que no lo es. Esto lleva mucho tiempo y muchos esfuerzos, pero los resultados compensan, con creces, lo que hayamos hecho para conseguirlo. Con esto, quiero decir que la solución inicial, se basa principalmente en realizar peticiones, y nunca exigir. Por ejemplo:
“Vete a la cocina a comer“, sería una orden y “¿Qué te parece si vamos a la cocina a comer?”, sería una petición, apta para una negociación amistosa y divertida. En este último caso, nuestros hijos se sentirán respetados y aprenderán la importancia de devolver el respeto, junto a un desarrollo de la capacidad de negociación. Esta capacidad, será de mucha utilidad cuando les planteemos cuestiones bien argumentadas y con sentido.
Cuando nuestros hijos no nos obedecen, podemos plantear varias formas de actuación, según el caso, por ejemplo:
- Esperar un poco de tiempo, para observar su comportamiento y ver cómo comienza a reaccionar. Esto, nos va a dar un margen para pensar nuestro segundo paso, en función de su comportamiento.
- Si va a haber un castigo/consecuencia, que sea coherente y acorde a lo ocurrido y en el momento. Demorar esa consecuencia, puede confundir al razonamiento de asociación en la conducta.
- Llevarle a un espacio de pensamiento para que valore, en su medida, lo que ha hecho. Algo simple, como sentarle en una silla sin juguetes o un sistema similar. Tampoco es necesario tenerle aislado todo el día. Siempre, acorde a la magnitud de la desobediencia y a su reiteración.
- Si se comporta mal, no dejarnos llevar por la ira o la frustración. Debemos estar calmados, para valorar el motivo de lo que ha ocurrido y cómo enfocarlo.
- Hablar con con él para que aporte su opinión y visión; sus ideas, seguro que son interesantes y, por otro lado, será más fácil hacerle comprender que se ha equivocado.
- Recordar siempre, que no debemos transmitir órdenes, sino peticiones.
- Nuestros hijos, deben escuchar un lenguaje comprensible y a una altura física adecuada, para que no se sientan intimidados.
- Si nuestros hijos levantan la voz, debemos demostrarles quiénes son los adultos, así que nosotros bajaremos el volumen y mantendremos la calma; si ellos quieren escuchar lo que decimos, tendrán que bajar su propio volumen de voz.
- Cuando pedimos algo coherente, argumentado y con lógica, debemos ser firmes y no ceder.
- Todo se debe explicar las veces que sean necesarias y, cada vez, cambiando las palabras que estamos usando, para conseguir que, si no nos entiende de una forma, encontremos las palabras adecuadas para que así sea.
En cualquier caso, es muy común que nos enfademos ante la desobediencia de nuestros hijos; de alguna forma, nuestras necesidades no están siendo satisfechas y tampoco nos gusta que nadie se nos rebele. Es un sentimiento, que deberíamos estudiar y valorar, antes de tomar medidas sobre el asunto. Con esto, debemos tener en cuenta que, realmente, y viéndolo desde otro punto de vista, nuestros hijos no son los que nos enfadan; generalmente, perdemos el control cuando estamos cansados o estresados, y eso origina un agravamiento en la conducta de nuestros hijos. Por otro lado, nuestros propios miedos, crean una conducta “no correcta” que transmitimos a nuestros hijos, como por ejemplo:
- Nuestra propia necesidad de seguridad
- Pretender que nuestros hijos jamás hagan nada inapropiado
- Querer saber que no corren peligro
- Obsesionarse con la posibilidad de no estar haciendo bien nuestro papel de progenitor
- Tener una necesidad de reconocimiento social o sentimental, no satisfecha, y que nuestros hijos no nos van a poder aportar.
- Otros miedos basados en el trabajo, la sociedad, etc.
Ahora que te has leído este artículo sobre ¿Por qué mi hijo no me hace caso?, ¿Qué opinas sobre ello?¿Tienes hijos que no te hagan caso?¿Tienes alguna estrategia interesante que puedas aportar? Déjalo todo en los comentarios para que, juntos, podamos aprender.
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