Cómo aprender a escuchar
y cómo comprender a quién nos habla
Con el concepto de la escucha, una vez más nos encontramos con muchas definiciones que pueden explicarnos qué significa escuchar, sin embargo todas ellas nos llevan al denominador común que crea el concepto que debemos tratar: Comprensión.
Escuchar atentamente las palabras de la persona que las transmite, realizando el trabajo mental de colocarlas en su sitio, intentar poner en los huecos en blanco, esas palabras que no han sido dichas, estudiar el conjunto y responder en consecuencia con el mismo código lingüístico para que nos puedan entender.
Escuchar siguiendo éstas pautas, nos permitirá comprender correctamente el mensaje que nos quieren transmitir, y una vez comprendido, tan sólo nos quedará actuar en consecuencia, lo que nos dará nuevamente el éxito en esa situación.
Sin embargo, escuchar no es una labor fácil, es un arte que requiere esfuerzo y práctica y un control mental más fuerte que lo que se nos muestra en apariencia.
Hay muchas veces que creemos que estamos escuchando atentamente y, sin embargo, el resultado no es el deseado. Debemos estudiarnos a nosotros mismo y descubrir cuáles son las barreras que nos impiden realizar correctamente esa escucha, como por ejemplo:
La indiferencia.
A veces creemos que las palabras o comentarios que en ese momento nos está transmitiendo una persona no son importantes e, inconscientemente, dejamos de escuchar y damos prioridad a otros pensamientos que surgen en nuestra mente, mientras permitimos que la persona siga hablando. Con ésta actitud, nos encontramos con dos posible problemas: la persona puede decir algo realmente importante mientras estamos distraídos y, en segundo lugar, nos convertiremos poco a poco en “escuchadores pasivos” y éste hábito puede ser difícil de cambiar más adelante. La indiferencia al escuchar no tiene excusa; significa que somos indiferentes a la conversación o a la persona que tenemos delante y, de ser así, estamos en el lugar equivocado.
La impaciencia
Es uno de los fallos más comunes aunque también uno de los más comprensibles, pero aún así, no deja de ser un problema igualmente grave. Una persona de habla lenta o una dicharachera, pueden conseguir que nuestros pensamientos surjan como por arte de magia y se adelanten a la conversación. Lamentablemente, no podemos arriesgarnos a ignorar ninguna señal proveniente de nuestro interlocutor, por lo tanto, debemos ser fuertes y disciplinados mientras nos concentramos en las palabras de la persona, aunque sea una situación que se nos haga interminable.
El prejuicio.
No debemos adelantarnos a los acontecimientos, ni pensar de antemano que sabemos lo que va a ocurrir. Al igual que las circunstancias de la vida pueden sorprendernos en cualquier momento, una conversación, de repente, puede alterar su curso con palabras que no esperábamos. Por otra parte, si permitimos que un prejuicio racial o de otro tipo interfiera en nuestra capacidad de escuchar, debemos tener claro que no estamos en el sitio correcto y debemos hacer planes para cambiar de trabajo o de grupo social tan pronto como sea posible. Si en algún momento aparecen prejuicios contra la forma de hablar de la persona que tenemos delante, sobre sus actitudes o su compañía, tenemos que aprender a controlarlos. Al pensar en esa persona prejuzgando, estamos mermando nuestra capacidad de escucha.
La preocupación.
Todos somos humanos. Habrá momentos en que estemos preocupados por problemas personales o por negocios. Si esas preocupaciones salen a la luz durante una conversación, van a interferir inevitablemente en el resultado final de la misma. Es importante permanecer alerta durante la conversación y no dejar que nuestros pensamientos nos desvíen de la línea que debemos tener marcada para mantener el ritmo de esa conversación. Al hablar con una persona, debemos estar muy atentos a sus palabras.
Estos son los motivos que pueden evitar una escucha correcta y por lo tanto un fracaso en nuestras conversaciones, el ejercicio mental para controlar éste proceso debe ser continuo. Sin embargo con unos pequeños hábitos podemos acostumbrarnos a realizar una escucha correcta; estos hábitos son:
No interrumpir.
Nada anula tanto la comunicación como la interrupción. Al interrumpir la corriente de ideas de una persona, interrumpimos también nuestro proceso de escuchar. La interrupción constante da como resultado a una persona que acaba encerrándose en sí misma y que no está dispuesta a hablar, creando además, una situación violenta y molesta que generará un fracaso seguro.
Aprender a escuchar entre líneas.
Generalmente, suele haber una diferencia entre lo que una persona dice y lo que realmente quiere decir. Probablemente, esa persona esté tratando de contar su versión de los hechos ocultando datos que no considera importantes, o simplemente que no quiere contar cosas que no desea que sepamos. En cualquier caso, la única forma de averiguar el verdadero significado de lo que la persona está diciendo, es escuchar con atención. Escuchamos entre líneas cuando completamos mentalmente esos espacios en blanco que quedan siempre durante una conversación.
Concentrarse en desarrollar la capacidad de retención. Tomar notas de las palabras de nuestro interlocutor es una sana costumbre ya que “más vale un lápiz corto que una memoria grande“, sin embargo, debemos trabajar en desarrollar una buena retentiva, para no depender siempre de las notas, ya que habrá numerosas ocasiones en las que no podremos realizar dicha práctica.
No desintonizar al cliente.
Todos nos hemos encontrado con personas “aburridoras” o que no cesan de hablar de temas sin importancia. Es probable que muchas veces hayamos “desintonizado” a estas personas por pensar que no vamos a obtener nada valioso de su conversación. En esto hay dos desventajas: primero, estamos desarrollando hábitos de escuchar con pereza que pueden interferir con información valiosa y segundo, estamos perdiendo información útil. Una persona se puede sentir molesta cuando se da cuenta que estamos fingiendo interés. Si una conversación se prolonga indefinidamente, podemos, con mucho tacto, reconducirla al tema que nos interesa con una pregunta guía.
No adoptar una actitud hostil ni emocional mientras escuchamos.
Si durante una conversación, nos hacen un comentario con el que no estamos de acuerdo, y permitimos que nos domine la ira, probablemente destruyamos cualquier oportunidad de conseguir nuestro objetivo; empezando porque ahogaremos la conversación de la persona que tenemos enfrente. En primer lugar, es posible que esa persona no sepa que disentimos: en segundo lugar, si no estamos de acuerdo, habrá tiempo de sobra durante nuestro turno, para expresar nuestro punto de vista. Si estamos en desacuerdo con relación a algo que no tiene que ver con nuestro objetivo, es mejor dejar nuestros sentimientos tácitos y esperar, estratégicamente, a una mejor oportunidad para reconducir la conversación.
Aprender a ignorar las distracciones.
Lo que a nivel de comunicación podemos llamar “ruido”, es un agente externo que seguramente nos dará muchas oportunidades para distraernos, tanto en nuestro turno de exposición, como cuando estemos escuchando a nuestro compañero de conversación. Si estamos bien disciplinados en nuestros hábitos de escuchar, será más fácil anular las distracciones. Es útil recordar que, aunque el exterior nos puede distraer, es probable que nuestro contertulio esté acostumbrado y que no le afecte tanto como a nosotros.
Escuchar requiere una capacidad notable de autodisciplina,
Y el primer paso es reconocerlo. Saber reconocer lo que nos pueden hacer perder la capacidad de escucha; por otro lado, tener en cuenta los ejercicios que debemos hacer para fomentarla; todo esto, es imprescindible para obtener el éxito, tanto en nuestras experiencias diarias, como en el éxito de cualquier objetivo.