El árbol de los deseos
Nuestras vidas están llena de experiencias, y muchas veces, en algún momento de inspiración, somos capaces de preguntarnos si lo que estamos haciendo, lo hacemos bien, o si lo que no nos ocurre, será por culpa nuestra o no…
Para todo hay explicación, metafísica o terrenal, sin embargo, hay teorías que coinciden en muchos aspectos, y eso implica que, si millones de personas a lo largo de la historia están de acuerdo, alguna verdad habrá.
Así que léete esta historia, que habla de lo que hay dentro de nosotros y de por qué conseguimos lo que tenemos, tanto lo bueno como lo malo.
Léela hasta el final, pues te prometo que te hará pensar y valorar si, tu comportamiento en tu vida y en este mundo, podría ser de otra forma.
El árbol de los deseos
Hace muchos años, existía un hombre muy estudioso, que devoraba todos los libros que se le ponían ante sí. Quería adquirir todo el conocimiento del universo y comprendía que, en los libros, encontraría la forma de lograrlo.
En uno de los libros polvorientos, viejos y más apartados, leyó un párrafo muy interesante.
Ese párrafo, hablaba del “Árbol de los deseos”, el árbol que siempre ha sido buscado por toda la humanidad, pues, cuenta la leyenda, que cualquier persona que se acerque a él, podría ver cumplidos sus deseos.
Comprendió que ese era su camino: dedicar lo que le quedaba de vida a encontrar dicho árbol, para que le complazca y le entregue esa sabiduría tanto tiempo ansiada.
Y así comenzó su periplo, viajando entre continentes, cruzando mares y viajando de todas las formas posibles. Su tarea le llevó incontables años; se gastó toda su fortuna para costear los trayectos y, finalmente, iba andando a todas partes, pero sin cejar nunca en su empeño, con su objetivo siempre en su mente; hasta que, por fin, un día soleado, encontró el árbol de los deseos.
No daba crédito a lo que tenía ante sí, tantos sufrimientos en el viaje y tantos años de dolor, por fin serían compensados.
Corrió hacia su sombra y se sentó en el suelo, apoyado sobre el tronco, mientras pensaba:
“Qué sed tengo, ojalá tuviera ahora mismo algo de beber y de comer”
Ya, de repente, se vio rodeado de todos los manjares que a él siempre le habían gustado, con todo tipo de bebidas. Comió y bebió hasta que quedó completamente saciado. Sonriendo, se volvió a reclinar sobre el árbol, mirando al horizonte y pensando:
“Echo de menos la música que me acompañaba en mis años de estudio, y aquí estoy rodeado de un desierto, sería un buen momento para escucharla, después de haber logrado mi objetivo”
Y a su alrededor empezó a sonar esa música deliciosa, sublime, que te llena el alma en los momentos más oscuros. El hombre cerró los ojos para disfrutar de las melodías, majestuosamente compuestas, cuando le vino un pensamiento a la mente.
“Y ahora… ¿Cómo vuelvo a casa? Me he gastado todo lo que tenía para llegar hasta aquí y no tengo dinero para volver… ojalá tuviera la suerte de encontrar algo de dinero para poder costearme el viaje de vuelta.
Sin más, se vio rodeado de cofres llenos de todo tipo de piedras preciosas y monedas de todos los países. Ya nunca más sufriría penurias y siempre estaría rodeado de riquezas. Cuando comprendió este hecho, comenzó a temblar; le invadió un gran temor, mientras pensaba:
“Con todas estas riquezas ya no voy a estar seguro, no podré volver tranquilo a mi casa, ¿y si viene alguien y me lo quita todo?
Sin más, aparecieron un grupo de ladrones y asesinos, que le despojaron de sus riquezas, la comida, la bebida, sus ropajes y su vida.
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Nosotros somos los que creamos nuestro propio infierno y nuestro propio cielo y, nuestras creaciones pueden ser tan fuertes, que darán forma a todo lo que nos rodea.
En este caso, el árbol representa a nuestro mundo, y nosotros, proyectando nuestros deseos hacia él, recibimos aquello que hemos proyectado.
Llamadlo la ley de la atracción, o un efecto espejo, o de cualquier otra forma técnica que se os ocurra. La realidad, es que recibiremos aquello por lo que hemos luchado y en lo que creemos, aunque nos lleve toda una vida.
Debemos aprender a proyectar buenos deseos, buenas obras, realistas y concisas, para poder recoger los frutos apropiados que nos aportarán la felicidad que realmente queremos.
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