El comportamiento destructivo
Hablemos sobre el comportamiento destructivo… En todas mis publicaciones, suelo hablar de la importancia de saber quiénes somos; tener un conocimiento profundo de nuestra personalidad, nos va a aportar pistas significativas sobre el camino que debemos seguir.
Aunque eso, sería sólo la primera parte, ya que, un conocimiento exhaustivo de nuestra personalidad, no implica nada positivo por sí mismo, si no aceptamos lo que hemos descubierto en el interior de nosotros mismos.
Aceptar que las cosas ocurren, es el equivalente a aceptar, por ejemplo, que “me gusta ver la televisión con un dedo en la boca”; pero, no olvidemos que esas cosas extrañas de nuestro comportamiento y que, a veces, criticamos de forma vehemente, no tienen por qué ser malas o hacernos daño.
Uno de los factores que nos van a ayudar, es identificar la diferencia entre un comportamiento destructivo y una pequeña manía/defecto que forma parte de nuestro carácter.
Y aquí, es cuando aparecen las primeras palabras que nos pueden transmitir alguna sensación de inseguridad o inquietud:
“Comportamiento destructivo” …
Estas palabras realmente suenan muy agresivas y, mentalmente, nos hacen llegar imágenes nada agradables. Tengamos en cuenta que, el comportamiento destructivo, es completamente diferente para cada persona, ya que se ha desarrollado en base a sus experiencias vitales, su cultura, su impronta de familia o los estímulos sociales que haya recibido a lo largo de los años.
Las malas experiencias, unidas a los sucesos positivos que han formado parte de nuestra vida, forjan nuestra personalidad; y nuestra personalidad, resumido en pocas palabras, es la forma en la que reaccionamos ante ciertas situaciones, o las decisiones que tomamos ante otras.
Y es en ese momento mágico, en el que hay que tomar un camino, en el que esas experiencias profundas ven la luz.
En teoría, un comportamiento destructivo, es aquel camino que tomamos como solución a un estímulo externo, el cual nos parece correcto con la capacidad que tenemos en ese momento de asimilar la información, pero que, sin embargo, constituirá un peldaño más, hacia un destino que no nos va a causar beneficios.
Un ejemplo muy fácil de comprender es aquel en el que, después de una mala experiencia sentimental con una persona de pelo rubio y de constitución delgada, con ojos azules y voz especial, nos ha marcado tanto de forma negativa, que si vemos a alguien de esas características que nos proponga un proceso sentimental, no podemos evitar “salir corriendo” o, como poco, proyectar un rechazo inicial hacia esa persona.
De una forma primaria, ha aparecido ante nosotros, un mecanismo de defensa; este mecanismo de defensa nos impide relacionarnos de la forma adecuada con las personas que poseen esos rasgos físicos (recordemos que estamos hablando de un ejemplo), y al limitar nuestras experiencias y la capacidad de relacionarnos con otras personas, estamos generando un proceso negativo, es decir, un comportamiento destructivo.
El ser humano, está programado para evolucionar siguiendo las pautas de la naturaleza, y esa programación es tan fuerte e intensa, que aún tardaremos miles de años en desprogramarla. Uno de los parámetros de esa programación, es la supervivencia.
Ante todo, hay que sobrevivir; la especie debe seguir adelante y, para ello, debemos estar vivos; y no sólo vivos y con salud física, sino también con una capacidad de raciocinio, capaz de ayudarnos a tomar las decisiones adecuadas, las cuales nos permitan continuar funcionando muchos años.
Es decir, estamos programados para evitar que nos hagan daño, tanto físico como emocional. Nuestra tendencia, como seres humanos, se va a basar siempre en impedir que algo o alguien nos altere y, para ello, hemos desarrollado sistemas que nos protegen, o que al menos pensamos que nos protegen.
Si hablásemos de reacciones físicas de supervivencia, lo tenemos muy fácil.
El miedo, que es la base de casi todo tipo de reacciones, nos dice claramente qué debemos hacer. No quiero extenderme en el origen del miedo y sus consecuencias, ya que, hablar de ello en detalle, acapararía todo el protagonismo de estas líneas; sin embargo, hay que reconocer que es el héroe o el antihéroe subyacente en todo este texto.
Los efectos que podemos sentir con el miedo son diversos y, estoy convencido, que todos los lectores están familiarizados con algunos de ellos.
Aunque sea difícil de creer, el miedo genera una tensión capaz de despertar dolores de cabeza, tensiones musculares, mala respiración y fatiga, problemas en el estómago, insomnio, inhibición sexual, dilataciones de la pupila, problemas cardiacos, relajación de los esfínteres, palidez o enrojecimiento de la piel, activación de la glándula lagrimal, exceso de salivación, pérdida de audición, visión de túnel y temblores, entre otros.
Todos estos síntomas, están orientados en ser una luz roja intensa y un sonido abrumador, que nos dice una simple palabra: “peligro”, y lógicamente, debemos alejarnos de ese peligro lo antes posible; eso sí, hay que tener en cuenta que otro de los síntomas del miedo, es la parálisis motriz, es decir, que en algunas ocasiones tampoco podremos salir corriendo.
El control del miedo, como una reacción física, es algo digno de estudiar, pero no ahora. Tan sólo, estamos recordando que el miedo es algo que existe y que forma parte de nuestras vidas. No podemos negar este hecho, ya que sin el miedo, probablemente nuestra especie se extinguiría.
En todas mis conferencias, siempre digo que el ser humano es lo peor del planeta tierra (como especie), y siempre se me ha criticado por decir en voz alta esta afirmación. Sin embargo, insisto en mis argumentos, ya que a día de hoy, seguimos sin tener garras, colmillos, velocidad, capacidad de vuelo, super fuerza, capacidad de salto, visión en la oscuridad o capacidad de vuelo. Es más, una simple hoja de papel es capaz de cortarnos la piel, con el dolor tan absurdo que ello supone. Cuando estamos recién nacidos y hasta muchos años después, estamos completamente indefensos.
Si no fuera por nuestro famoso cerebro, no habríamos pasado la fase primate en nuestro proceso de evolución. Y hablamos de un cerebro, que está destrozando nuestro planeta para conseguir todos los avances tecnológicos.
A veces dudo, de si realmente el cerebro es una ventaja o no.
Y es ese mismo cerebro, el que ha desarrollado los sistemas que nos permiten sobrevivir como especie, entre ellos el miedo, con todas las consecuencias que hablábamos antes.
Una vez vistos los procesos físicos que genera el miedo a ese nivel, sería interesante entrar en los procesos psicológicos que genera el mismo miedo.
A estos procesos, se les ha denominado “mecanismos de defensa psicológicos”, y numerosos especialistas en la materia, han hablado largo y tendido sobre ello.
En el siguiente artículo, hablaremos un poco más de ellos.
Hasta entonces, y después de leer este artículo sobre el comportamiento destructivo, ¿Te identificas?¿Puedes aportar alguna experiencia? No dudes en escribirlo todo en los comentarios.